Wednesday, December 19, 2007

Triciclo







Recuerdo el triciclo azul que esperaba en el pasillo de la comunidad de puertas en el patio central. Puertas que me veían al salir, puertas que guardaban personas, ladridos de perros, llantos, gritos, televisiones.

El triciclo estacionado a un lado de mi puerta. Detrás la luna. Hoy el sol fulgurante entre las nubes de años efímeros.

Yo era el que montaba el triciclo azul. Metálico y frío, que me llevaba de un lado a otro, a la banqueta, a la heladería, y sólo hasta allí. El grito de mi madre me recordaba que era un niño, y los niños no van más allá de donde les indican, los niños sueñan con ser grandes, alcanzar el cielo como los adultos, por lo menos estar más cerca de él. Los niños se quedan siendo niños cuando no pasan de la esquina de su corazón y se arriesgan a dejar de serlo. Recuerdo que la bicicleta me encantaba. Era una vieja pieza de museo la última vez que la vi. Pero me llevó cerca de la Iglesia, a 20 o 30 cuadras de mi casa. Era una aventura. Solo y mi bicicleta construyendo el mundo con cada pedal. Soñando con seguir creciendo y llegar a la Plaza de Coyoacán en bicicleta. De nuevo yo y ella, como la consumación y la muerte de una niñez aparentemente feliz, feliz por que no pasaba nada y esa nada genera un cierto letargo de ¿felicidad? La ignorancia es la savia, el suero, la droga, el soma de la felicidad, Salud.

Construir la realidad es fácil para un niño que ha desafiado la distancia de la calles de una ciudad enojada. Con pelo largo las cosas se ven de una manera más relajada, sin embargo cuando tienes 9 años la cara no ayuda para identificar a esa pequeña persona andrógina. La niña era una percepción errónea que tenían algunas personas que sólo ven las monedas que pones en su mano para comprar estampas de un álbum de Superman. Dos pesos niña, decían sin dejar de ver para adentro, como acomodando el tiradero interior, como preconizando la victoria del equipo de fútbol que veían jugar que veían en el televisor en blanco y negro, ese arriba del refrigerador de los refrescos. Yo permanecía en silencio, ni me enojaba ni me sentía humillado. Era como si permaneciera camuflado detrás de una identidad parecida pero diferente a la mía. Era un juego perverso: ser otra persona a través de mi propia imagen. La construcción de la realidad. El mundo.

No tenía dinero. Mis padres lo tenían a veces y hacían cosas para no tenerlo. Las rocas que veía frente a la ventana de mi cuarto me provocaban ansía de tocarlas. Volcánicas de origen, se veían inocentes al tacto, porosas, pétreas, inocentes, amistosas. Entre ellas la hierba había construido su imperio, un imperio verdoso y con olor a pirul. Esas rocas las tocaba. Subía sus crestas y me internaba en sus cavernas, compraba el boleto y me introducía en ese espectáculo de formas y olores, flores y despojos de criaturas muertas. Gatos, insectos, roedores, euforias, coberturas de paletas, plantas caprichosas, calcetines y alguna vez identifiqué lo que en algún momento habría sido la impostura de un ángel.

Mierda, pornografía, miedo, música, naipes, bicicletas, preguntas, cuevas hechas con sábanas, perros, depresión, niñez…

1 Comments:

Blogger Marciana said...

No supe mucho de bicicletas, creo que ni siquiera pase por la andadera o el triciclo...soñe a ratos con patines y mucho con balones: cerraba los ojos y me imaginaba ahí, cuidando la portería con atención y dando la vida en un salto para evitar alguna trágica anotación, me imaginaba incluso lanzandome a toda velocidad con el balón entre las piernas, desafiando a otros e incluso abandonando irresponsablemente mi portería en un estoico intento de hacer un gol...mi cuerpo no dió para mucho más que soñar, pero encontré en los libros y en las letras la posibilidad de montar la bicicleta que no monte o cuidar la portería que no toque hasta escalar la montaña a la que no subí...y cuando al fin pude andar olvide la bicicleta, el balón y los patines y encontré en el baile mi libertad.

9:37 PM  

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